viernes, 27 de junio de 2008

crítica en Ambito Financiero

calificación: * * * * muy buena

«Lote 77» es una pieza sobre los abrumadores mandatos y clichés que debe asumir todo varón, con impecables trabajos de Andrés D'Adamo, Lautaro Delgado y Rodrigo González Garillo.



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En la inteligente y visceral pieza de Marcelo Mininno, "Lote 77"
La carga de ser (y parecer) hombre

Por: Patricia Espinosa

El feminismo ya dio sobrada cuenta del lugar poco privilegiado que ocupó la mujer a lo largo de la historia; en cambio, se le ha prestado muy poca atención a la abrumadora carga de mandatos, prohibiciones y clichés que debe asumir todo varón a la hora de demostrar que es un hombre hecho y derecho (y en este caso no sólo se trata de ser, sino también de parecer).

Sobre estas cuestiones ligadas a la masculinidad, y dentro de un contexto bien argentino como lo es «la crianza, selección y clasificación del ganado bovino» trabajó durante un año el director Marcelo Mininno en colaboración con sus actores. El resultado es una obra tan reflexiva como visceral que requiere de una mirada muy atenta por parte del espectador, ya que tanto sus personajes como las circunstancias que los rodean son como piezas sueltas.

En su estructura abundan las repeticiones, los flashbacks, las variaciones de una misma escena, los saltos temporales y la superposición de recuerdos propios y ajenos. Todos estos elementos se amalgaman o contraponen con admirable coherencia, hasta que finalmente terminan componiendo una figura. No se trata, sin embargo, de una obra fragmentaria y mucho menos críptica.

«Lote 77» reúne a tres hombres jóvenes (en una clasificación algo grosera se los podría catalogar de varón standard, homosexual victimizado y macho porteño), que hablan de sus vidas y las proyectan hacia un futuro en el que también está incluida la muerte. La analogía entre: el hombre, el argentino medio y la carne vacuna brinda datos muy curiosos (Mininno se crió en zona ganadera y conoce muy bien el tema) además de originar algunas situaciones humorísticas y otras de suma violencia.

La pieza describe un universo mucho más amplio que el que compete a la identidad y sexualidad masculinas. De igual modo hace referencia a la figura del padre (y a su fuerte carga simbólica); a ciertos modelos de familia, hoy en crisis, y a los valores -bastante cuestionables- de una sociedad que apuesta al éxito y a la desmemoria.

En todo momento, la palabra está al servicio de la acción, ya que los intérpretes, además de ponerle cuerpo al dolor, la violencia, el miedo y la vergüenza, se valen de sus textos para recrear determinados ambientes y olores o para que el espectador «vea», por ejemplo, el elegante traje que luce uno de los personajes, cuando en realidad el actor va vestido de jeans. La escenografía diseñada por el director se reduce a pocos elementos pero muy significativos. El resto lo construye la iluminación y los impecables trabajos de Andrés D'Adamo, Lautaro Delgado y Rodrigo González Garillo.

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